Junio 01 2015
Porque Neymar no entendió nada
A veces en el fútbol se dan situaciones en las que los jugadores quieren posicionarse por encima del bien y del mal y tratan de demostrar ante las cámaras que ellos poseen una especie de halo divino que les hace inalcanzable para los simples mortales.
En muchas ocasiones, paz y convivencia son antónimas de un juego que nació según algunos, como extensión de la propia guerra y según otros, en tiempos donde competir tras un objeto esférico era sinónimo de ascenso social. Cuando los dioses se imponen a los maestros y los niños y niñas admiran perplejos la magia de la habilidad técnica, solo nos queda volver al inicio de la cosas, a los ratones que mueven la rueda de este circo maravilloso: la gente.
Sin gente, sin convivencia, sin fervor, sin amor a una cultura, a unos colores, la magia se convierte en vacio existencial y pasa de divina a mezquina en menos que canta un gallo. Barcelona y Bilbao escribieron una victoriosa oda a la convivencia entre pueblos en el que el fútbol fue tan solo la excusa.
Neymar se quedó lejos de entender la cultura del fútbol vasco, (donde su gesto no está bien visto por el marcador existente en aquel momento), pero se quedó aún más lejos de entender que para estar en el pabellón de los dioses futbolísticos, el cual es sin duda politeísta, basta con jugar bien; pero que este es más bien pequeño si lo comparamos con la menoría colectiva balonpédica de la gente. Neymar, tú viniste del pueblo, recupera la consciencia y vuelve a él.