Ibon Cabo 





Kirola, mundua eta jendea 

Mayo 21 2018

Filias y Fobias de Pinky y Cerebro en el momento actual


Una buena capa todo lo tapa

Refrán español

La izquierda, histórico o nueva, juega la partida acomplejada ante una derecha española lanzada que explota las contradicciones que emanan del sistema actual. Ante este escenario el desgaste en votos viene provocado por debates superficiales donde la imagen choca contra los verdaderos objetivos de la transparencia o la participación, el control democrático y el reparto de la riqueza a través de la racionalización de la distribución de la propiedad.

En los últimos años a los rojos les ha acostado asumir que tras la caída del muro de Berlín la única alternativa al sistema capitalista es la regeneración democrática del sistema y la reforma radical del capitalismo. En aquellos países donde se ha asumido con naturalidad esto, se ha generado un nuevo espacio ideológico donde el juego de las mayorías no genera miedos y si grandes esperanzas de cambio. Principalmente esto se ha desarrollado en latinoamerica y en los últimos tiempos en Portugal.

Ante este renacimiento cultural de la izquierda, en Europa, la derecha ha recuperado la política del miedo (terrorismo, valores patrióticos exacerbados, ruptura con la libertad de expresión, vuelta al extremismo religioso) para hacer frente a lo que ella considera su única prioridad: el control del sistema para no ver mermadas sus fuentes de ingresos infinitas.

Para ello, el club de BilderBerg, trató de condicionar la capacidad de salto entre clases de las personas que pertenecían a los estratos bajos y medios. Puso en marcha un sistema de crédito fácil y a la vez, dificultó el acceso y la salida del sistema hacia el bienestar global. Por un lado, limitó la capacidad de los jóvenes a acceder a un empleo digno, logrando que cualquier estado a futuro sea mejor que el inicial. Además proporcionó la dependencia orgánica de los bancos a las clases medias, para que vivieran envueltos el vestido del emperador y fuera más difícil entrar que salir. Por último, azuzó a los mayores imponiendo normativas que impidieran el acceso a una pensión digna de aquellos-as que llevaban toda una vida trabajando. Además los partidos conservadores impusieron recortes en educación y sanidad para que el verbo vivir fuera sustituido con rapidez por el de sobrevivir. El sistema había impuesto así el control social sobre el progreso con la esperanza de que el miedo hiciera el resto.

Ante esta situación, la izquierda se afanaba en recuperar sus valores tradicionales en torno a la lucha obrera en la calle. Jóvenes en el 15M, jubilados-as en la actualidad, feminismo y lucha sindical para la recuperación de un salario digno. Sin embargo, lo que parecía un movimiento global anti sistema se ha convertido en uno con departamentos estancos entre los cuales no existen vasos comunicantes. ¿Por qué no se da un salto al cambio de modelo global? Desde la izquierda estatal, se trata con desdén y crítica al modelo periférico de la izquierda de ruptura territorial, aduciendo qué se trata de una cortina de humo que impide hablar de los verdaderos problemas del país. Bloqueados el desarrollo del bienestar y la posibilidad de mejora dentro de la propia clase, cabría plantearse si la única posibilidad de retomar el control sería la propia paralización del sistema.

Sin embargo para eso, uno debe perder complejos y tratar la ruptura como un elemento de lucha de clases y de superación. En el estado, la izquierda vive en una continua y compleja guerra mediática entre los dos líderes actuales de mayor peso. Por un lado, Pedro Sánchez acomplejado por el debate profundo de Pablo Iglesias, trata de desvirtuar y seguir el hilo de este último en temas sociales, apoyando también temas de construcción nacional para aprovechar el aire mediático insoportable de Ciudadanos. Esta esquizofrenia, en vez de llevarle al centro político, le convierte en el secuaz involuntario del ritmo marcado por la nueva izquierda. Ante esta falta de competencia, Pablo Iglesias se crece y quiere convertir todos los episodios de su vida en parta de un show permanente inteligentemente orquestado pero sin fondo rupturista. La dupla pues se parece más a Pinky y Cerebro tratando de conquistar el mundo que a la pugna histórica entre Largo Caballero e Indalecio Prieto.

Por otro lado, la izquierda periférica estatalista sigue la estela de sus amados líderes y cede el liderazgo a los partidos independentistas que, cuando basan sus actuaciones en la diversidad, no paran de conquistar espacio electoral y de avanzar socialmente. Así avanza proceso a proceso. La caja única no es pues un elemento de solidaridad, sino uno de control sistémico que lleva al final del camino al mismo tipo de ruina global.

Así pues, el desarrollo a futuro de la izquierda pasa por abandonar su espacio de confort y provocar el colapso del sistema. Para ello los objetivos pudieran ser el afianzamiento de las dinámicas sociales buscando la concurrencia entre ellas, la ruptura del régimen del 78 a través de la plena democratización que conlleva la utilización del derecho a decidir y la caída de los borbones como elemento histórico vertebrador de la construcción de una nueva época (todos los saltos históricos necesitan mitos).

Todo ello podría llevarnos a un escenario de reforma del marco europeo con la eliminación de la comisión, el reforzamiento de las luchas globales (ecología, pensiones, marco industrial propio…) y la creación de pequeños estados que en origen si bien pueden fomentar la desigualdad, a futuro pueden establecer nuevos marcos de gestión para la social democracia europea y el estado del bienestar. Sin duda puede ser esta creación lo que traslade la línea de frente a través de las contradicciones del sistema a BilderBerg y no a la plaza de las Cortes.

Pero mientras la izquierda estatal no abandone sus filias y fobias habituales, el debate se mantendrá más en el ámbito de los dibujos animados que en el de la política y el control democrático seguirá en balnearios y no en las manos de las personas. El sistema no reparte su riqueza sino generas uno nuevo que ponga en el centro a las personas y no en imaginarios colectivos en franca decadencia. Toca devolver la capa al sastre y recortarse los pantalones para desde la ruptura avanzar en el cambio.

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