Ibon Cabo 





Kirola, mundua eta jendea 

Junio 15 2015

En Euskal Herria hace tiempo que creemos en las “Adas”

Existe una máxima, acuñada durante el despotismo ilustrado, en el que los súbditos de los reinos recibían beneficios pero sin tener ninguna capacidad de participar en política. Esta máxima era todo por el pueblo pero sin el pueblo. Así durante algunos siglos las personas eran depositarias de algunas “ventajas” sociales, siempre y cuando estos no chocaran con los intereses de aquellos que manejaban el poder.

Después vinieron las revoluciones populares, las guerras sociales y el miedo a que los diferentes pueblos cayeran al otro lado del telón de acero. Así vino el estado del bienestar como copia imperfecta de los modelos ya imperantes en los países nórdicos, e incluso durante décadas, en algunos anglosajones, antiguos dominios británicos.

Y de repente se fue el caimán. Y entre ruido de sables llegó un reducido estado del bienestar que entre Felipe y Aznar se encargaron de arruinar. Y en el estado español se perdió la esperanza, pues el poderoso caballero D. Dinero se hizo con el suelo, el transporte, los recursos naturales, la banca pública, los medios de comunicación y el discurso de la historia, por lo que la victoria, como diaria Morfeo, parecía inevitable.

Sin embargo en una aldea de irreductibles galos, con idioma ancestral, surgió el penúltimo grupo de insurgentes. Y empezó a acumular representantes en una democracia donde la posesión del escaño parece estar primada por tesoreros carcelarios. Y no entró en el reparto. Y no cerró la persiana de los sueños. Pero se confió, pues pensó tener el monopolio de la razón y en esto como cantábamos de pequeños, “el patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás”.

Y el estado español comenzó otra vez a despertar. Desde Barcelona a Madrid, desde Cádiz a A coruña, el modelo vasco de coalición entre diferentes parecía exportable. Los nuevos del lema traído de Cuatro TV parecían únicos en el ya oligopolio de la razón. Pero el poder nunca desfallece. Aprendió de sus errores e inventó una nueva clase dirigente ciudadana, con la idea de competir con los nuevos maestros de la ilusión. Y los viejos roqueros, que nunca mueren, quisieron volver para hacer de lo nuevo lo antiguo. Y Euskal Herria volvió a ser una isla.

Y entre todos ellos volvió a resurgir el oso vasco. Ese Oso que siempre está allí para cuidar a sus amigos del bosque siempre y cuando al final sea él mismo quién caza y por supuesto, siempre que nunca sea cazado. Lleve o no txapela, tenga o no “lugares de reunión” el os vasco lleva desde el pleistoceno ganando y difícil será sacarlo de su caverna si el rio no está lleno de salmones, pues grasa protectora tiene para dar y tomar en su eterna hibernación.

Y entre tanto abrazo, cántico, relevo y amor forzoso, un grupo de ciudadanos sigue tocando la puerta. Ansiosos de ejercer su derecho a decidir, su derecho a expresarse como pueblo, su derecho a seguir soñando. Ya no sabemos si el oso nos dejará seguir caminando por el bosque en busca de nuestro sueño, pero si sabemos, que como en cada rincón la gente vuelve a soñar, lo más probable es que terminemos convencidos de que los nuevos sueños siguen estando muy alejados de los viejos sueños, por lo menos de los viejos sueños vascos. Y aunque parezca mentira, el día 21 veremos que como dijo Galileo “y sin embargo se mueve” y el pueblo vasco volverá a cantar y a bailar. Y volveremos a creer en las “adas” pero siempre que estás tengan denominación de origen y disfruten de su asiento en el fastuoso San Mames.

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